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La tempestad cambia los rótulos
Grimm Märchen

La tempestad cambia los rótulos - Cuento de hadas de Hans Christian Andersen

Tiempo de lectura para niños: 12 min

En días remotos, cuando el abuelito era todavía un niño y llevaba pantaloncito encarnado y chaqueta de igual color, cinturón alrededor del cuerpo y una pluma en la gorra – pues así vestían los pequeños cuando iban endomingados -, muchas cosas eran completamente distintas de como son ahora. Eran frecuentes las procesiones y cabalgatas, ceremonias que hoy han caído en desuso, pues nos parecen anticuadas. Pero da gusto oír contarlo al abuelito. Realmente debió de ser un bello espectáculo el solemne traslado del escudo de los zapateros el día que cambiaron de casa gremial. Ondeaba su bandera de seda, en la que aparecían representadas una gran bota y un águila bicéfala; los oficiales más jóvenes llevaban la gran copa y el arca; cintas rojas y blancas descendían, flotantes, de las mangas de sus camisas. Los mayores iban con la espada desenvainada, con un limón en la punta. Dominábalo todo la música, y el mayor de los instrumentos era el «pájaro», como llamaba el abuelito a la alta percha con la media luna y todos los sonajeros imaginables; una verdadera música turca. Sonaba como mil demonios cuando la levantaban y sacudían, y a uno le dolían los ojos cuando el sol daba sobre el oro, la plata o el latón. A la cabeza de la comitiva marchaba el arlequín, vestido de mil pedazos de tela de todos los colores, con la cara negra y cascabeles en la cabeza, como caballo de trineo. Vapuleaba a las gentes con su palmeta, y armaba gran alboroto, aunque sin hacer daño a nadie; y la gente se apretujaba, retrocedía y volvía a adelantarse. Los niños se metían de pies en el arroyo; viejas comadres se daban codazos, poniendo caras agrias y echando pestes. El uno reía, el otro charlaba; puertas y ventanas estaban llenas de curiosos, y los había incluso en lo alto de los tejados. Lucía el sol, y cayó también un chaparroncito; pero la lluvia beneficiaba al campesino, y aunque muchos quedaron calados, fue una verdadera bendición para el campo. ¡Qué bien contaba el abuelito! De niño había visto aquellas fiestas en todo su esplendor. El oficial más antiguo del gremio pronunciaba un discurso desde el tablado donde había sido colgado el escudo; un discurso en verso, expresamente compuesto por tres de los miembros, que, para inspirarse, se habían bebido una buena jarra de ponche. Y la gente gritaba «¡hurra! », dando gracias por el discurso, pero aún eran más sonoros los hurras cuando el arlequín, montando en el tablado, imitaba a los demás. El bufón hacía sus payasadas y bebía hidromel en vasitos de aguardiente, que luego arrojaba a la multitud, la cual los pescaba al vuelo. El abuelito guardaba todavía uno, regalo de un oficial albañil que lo había cogido. Era la mar de divertido. Y luego colgaban el escudo en la nueva casa gremial, enmarcado en flores y follaje.

– Fiestas como aquellas no se olvidan nunca, por viejo que llegue uno a ser – decía abuelito; y, en efecto, él no las olvidaba, con haber visto tantos y tantos espectáculos magníficos. Nos hablaba de todos ellos, pero el más divertido era sin duda el de la comitiva de los rótulos por las calles de la gran ciudad. De niño, el abuelito había hecho con sus padres un viaje a la ciudad. Era la primera vez que visitaba la capital. Circulaba santísima gente por las calles, que él creyó se trataba de una de aquellas procesiones del escudo. Había una cantidad ingente de rótulos para trasladar; se hubieran cubierto las paredes de cien salones, si en vez de colgarlos en el exterior se hubiesen guardado dentro. En el del sastre aparecían pintados toda clase de trajes, pues cosía para toda clase de gentes, bastas o finas; luego había los rótulos de los tabaqueros, con lindísimos chiquillos fumando cigarros, como si fuesen de verdad. Veíanse rótulos con mantequilla y arenques ahumados, valonas para sacerdotes, ataúdes, qué sé yo, así como las más variadas inscripciones y anuncios. Uno podía andar por las calles durante un día entero contemplando rótulos y más rótulos; además, os enterábais enseguida de la gente que habitaba en las casas, puesto que tenían sus escudos colgados en el exterior; y, como decía abuelito, es muy conveniente y aleccionador saber quiénes viven en una gran ciudad. Pero quiso el azar que cuando el abuelito fue a la ciudad, ocurriera algo extraordinario con los rótulos; él mismo me lo contó, con aquellos ojos de pícaro que ponía cuando quería hacerme creer algo. ¡Lo explicaba tan serio! La primera noche que pasó en la ciudad hizo un tiempo tan horrible, que hasta salió en los periódicos; un tiempo como nadie recordaba otro igual. Las tejas volaban por el aire; viejas planchas se venían al suelo; hasta una carretilla se echó a correr sola, calle abajo, para salvarse. El aire bramaba, mugía y lo sacudía todo; era una tempestad desatada. El agua de los canales se desbordó por encima de la muralla, pues no sabía ya por dónde correr. El huracán rugía sobre la ciudad, llevándose las chimeneas; más de un viejo y altivo remate de campanario hubo de inclinarse, y desde entonces no ha vuelto a enderezarse. Junto a la casa del viejo jefe de bomberos, un buen hombre que llegaba siempre con la última bomba, había una garita. La tempestad se encaprichó de ella, la arrancó de cuajo y la lanzó calle abajo, rodando. Y, ¡fíjate qué cosa más rara! Se quedó plantada frente a la casa del pobre oficial carpintero que había salvado tres vidas humanas en el último incendio. Pero la garita no pensaba en ello. El rótulo del barbero – aquella gran bacía de latón – fue arrancado y disparado contra el hueco de la ventana del consejero judicial, cosa que todo el vecindario consideró poco menos que ofensiva, pues todo el mundo y hasta las amigas más íntimas llamaban a la esposa del consejero la «navaja». Era listísima, y conocía la vida de todas las personas más que ellas mismas. Un rótulo con un bacalao fue a dar sobre la puerta de un individuo que escribía un periódico. Resultó una pesada broma del viento, que no pensó que un periodista no tolera bromas, pues es rey en su propio periódico y en su opinión personal. La veleta voló al tejado de enfrente, en el que se quedó como la más negra de las maldades, dijeron los vecinos. El tonel del tonelero quedó colgado bajo el letrero de «Modas de señora». La minuta de la fonda, puesta en un pesado marco a la puerta del establecimiento, fue llevada por el viento hasta la entrada del teatro, al que la gente no acudía nunca; era un cartel ridículo: «Rábanos picantes y repollo relleno». ¡Y entonces le dio a la gente por ir al teatro! La piel de zorro del peletero, su honroso escudo, apareció pegada al cordón de la campanilla de un joven que asistía regularmente al primer sermón, parecía un paraguas cerrado, andaba en busca de la verdad y, según su tía, era un modelo. El letrero «Academia de estudios superiores» fue encontrado en el club de billar, y recibió a cambio otro que ponía: «Aquí se crían niños con biberón». No tenía la menor gracia, y resultaba muy descortés. Pero lo había hecho la tormenta, y vaya usted a pedirle cuentas. Fue una noche espantosa. Imagínate que por la mañana casi todos los rótulos habían cambiado de sitio, en algunos casos con tan mala idea, que abuelito se negaba a contarlo, limitándose a reírse por dentro, bien lo observaba yo. Y como pícaro, lo era, desde luego. Las pobres gentes de la gran ciudad, especialmente los forasteros, andaban de cabeza, y no podía ser de otro modo si se guiaban por los carteles. A lo mejor uno pensaba asistir a una grave asamblea de ancianos, donde habrían de debatirse cuestiones de la mayor trascendencia, e iba a parar a una bulliciosa escuela, donde los niños saltaban por encima de mesas y bancos. Hubo quien confundió la iglesia con el teatro, y esto sí que es penoso. Una tempestad como aquella no se ha visto jamás en nuestros días. Aquélla la vio sólo el abuelito, y aun siendo un chiquillo. Tal vez no la veamos nosotros, sino nuestros nietos. Esperémoslo, y roguemos que se estén quietecitos en casa cuando el vendaval cambie los rótulos.

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Antecedentes

Interpretaciones

Lengua

Este texto, titulado „La tempestad cambia los rótulos“, cuenta una historia nostálgica y humorística sobre los tiempos pasados, tal como la relata el abuelo del narrador. En aquellos días, las festividades y procesiones eran eventos importantes en la comunidad, incluidos los cambios de sede de los gremios, que eran celebrados con grandes desfiles y ceremonias. Estos relatos no solo evocan una imagen colorida y vibrante del pasado, sino que también reflejan el cambio de los tiempos y cómo las costumbres y tradiciones han evolucionado o desaparecido.

La historia se enriquece con un incidente extraordinario: una tempestad que reordenó los rótulos de los comercios de la ciudad, causando situaciones cómicas y confusiones entre los habitantes. Los rótulos intercambiados de manera absurda crearon un caos pintoresco, y el abuelo del narrador disfruta contando estas anécdotas con picardía. A través de este relato, Hans Christian Andersen nos ofrece una reflexión sobre el paso del tiempo, la permanencia de los recuerdos y el humor que se puede encontrar en lo inesperado.

„La tempestad cambia los rótulos“ es una historia breve de Hans Christian Andersen que utiliza el humor y la fantasía para ilustrar cómo un evento aparentemente desastroso puede volverse divertido y revelar verdades subyacentes sobre la sociedad. En el cuento, una gran tormenta azota una ciudad, desordenando los rótulos y creando situaciones cómicas por la confusión de identidades y funciones.

Aquí hay algunas interpretaciones sobre la historia:

Cambio y Caos: La tormenta actúa como un agente de caos que reordena el mundo de manera inesperada. Los rótulos, que normalmente sirven para identificar y establecer el orden, son descolocados, lo que refleja cómo un evento externo puede alterar la rutina y las percepciones cotidianas. Es un recordatorio de la fragilidad del orden construido socialmente.

Identidad y Percepción: Al mezclar los rótulos, Andersen juega con la idea de identidad y cómo puede ser malinterpretada o alterada por factores externos. Esto sugiere que lo que vemos en la superficie no siempre refleja la verdadera naturaleza de las cosas o de las personas.

Humor y Crítica Social: El cuento está impregnado de humor, especialmente en cómo los rótulos descolocados crean situaciones absurdas. Esto también puede ser una crítica a la rigidez de las instituciones y convenciones sociales, mostrando que a veces un trastorno puede revelar las absurdidades de las estructuras establecidas.

Nostalgia y Memoria: La narración se realiza a través de los recuerdos del abuelo, lo que añade una capa de nostalgia al relato. Al recordar su juventud, el abuelito ofrece una visión personal y posiblemente exagerada de los eventos, lo que sugiere que los recuerdos son subjetivos y pueden embellecer la realidad.

Tradición y Modernidad: Andersen contrasta las festividades tradicionales y los cambios modernos. La ausencia de tales eventos en la actualidad marcaba una diferencia significativa, sugiriendo que mientras avanzamos, algunas tradiciones valiosas pueden perderse.

En resumen, „La tempestad cambia los rótulos“ usa un evento fantástico y humorístico para explorar conceptos de orden social, identidad y memoria, dejando al lector reflexionar sobre qué significa realmente conocer algo o a alguien.

El cuento „La tempestad cambia los rótulos“ de Hans Christian Andersen se presta a un análisis lingüístico y literario que nos permite apreciar varias características del estilo del autor, así como el uso del lenguaje y los temas subyacentes en la narrativa.

Estilo y Registro: El cuento mantiene un tono nostálgico y juguetón, característico de Andersen. La prosa es descriptiva y detallada, con una marcada tendencia a crear imágenes vívidas de las escenas que narra. El registro es antiguo y formal, correspondiente a la época en que fue escrito, con giros como „fiestas como aquellas“ o expresiones como „el abuelito“.

Imágenes y Descripción: Andersen utiliza descripciones detalladas para evocar el ambiente y la atmósfera de las festividades de antaño. Esto se observa en la representación de las procesiones del gremio de zapateros, donde se mencionan elementos concretos como „la gran bota“, „el arlequín“, „cintas rojas y blancas“, y „el pájaro de la música turca“. Estas imágenes contribuyen a un sentido de nostalgia por un pasado que el narrador (el abuelito) considera más colorido y lleno de vida.

Análisis Temático: El cuento explora el tema de la memoria y el cambio a través del contraste entre el pasado y el presente. La narración del abuelo sobre la tempestad que cambia los rótulos es una metáfora del caos y el desorden que puede causar el avance del tiempo y la modernidad. La tempestad desdibuja las identidades establecidas representadas por los rótulos, simbolizando cambios sociales y personales, y cuestiona la fiabilidad de las apariencias.

Simbolismo y Metáfora: Los rótulos que se intercambian y cambian de sitio son una metáfora de la identidad y la percepción. La acción de la tempestad se puede entender como una crítica humorística a la rigidez de las etiquetas sociales y profesionales. La confusión resultante invita al lector a reflexionar sobre la superficialidad de estas identidades impuestas.

Narrador y Perspectiva: El narrador adopta la voz del abuelo, confiriéndole autoridad y sabiduría, en tanto que conecta con las tradiciones orales. Esta perspectiva proporciona un sentido de continuidad entre generaciones, pero también insta al lector a cuestionar la precisión y la intención de estas anécdotas, dado el tono pícaro del abuelo.

Conclusión: A través de „La tempestad cambia los rótulos“, Andersen ofrece una historia rica en imágenes y simbolismo que invita a reflexionar sobre la transformación cultural y la resistencia a la estandarización de la identidad. Su habilidad para fusionar lo fantasioso y lo realista le permite abordar temas complejos de manera accesible y entretenida.


Información para el análisis científico

Indicador
Valor
TraduccionesDE, EN, ES
Índice de legibilidad de Björnsson45.1
Flesch-Reading-Ease Índice17.9
Flesch–Kincaid Grade-Level12
Gunning Fog Índice19
Coleman–Liau Índice11.1
SMOG Índice12
Índice de legibilidad automatizado10.6
Número de Caracteres7.850
Número de Letras6.262
Número de Frases65
Número de Palabras1.369
Promedio de Palabras por oración21,06
Palabras con más de 6 letras329
Porcentaje de palabras largas24%
Número de Sílabas2.712
Promedio de Sílabas por Palabra1,98
Palabras con tres Sílabas415
Porcentaje de palabras con tres sílabas30.3%
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