Tiempo de lectura para niños: 17 min
Érase una vez una niña muy linda y delicada, pero tan pobre, que en verano andaba siempre descalza, y en invierno tenía que llevar unos grandes zuecos, por lo que los piececitos se le ponían tan encarnados, que daba lástima. En el centro del pueblo habitaba una anciana, viuda de un zapatero. Tenía unas viejas tiras de paño colorado, y con ellas cosió, lo mejor que supo, un par de zapatillas. Eran bastante patosas, pero la mujer había puesto en ellas toda su buena intención. Serían para la niña, que se llamaba Karen. Le dieron los zapatos rojos el mismo día en que enterraron a su madre; aquel día los estrenó. No eran zapatos de luto, cierto, pero no tenía otros, y calzada con ellos acompañó el humilde féretro. Acertó a pasar un gran coche, en el que iba una señora anciana. Al ver a la pequeñuela, sintió compasión y dijo al señor cura:
– Dadme la niña, yo la criaré. Karen creyó que todo aquello era efecto de los zapatos colorados, pero la dama dijo que eran horribles y los tiró al fuego. La niña recibió vestidos nuevos y aprendió a leer y a coser. La gente decía que era linda; sólo el espejo decía:
– Eres más que linda, eres hermosa. Un día la Reina hizo un viaje por el país, acompañada de su hijita, que era una princesa. La gente afluyó al palacio, y Karen también. La princesita salió al balcón para que todos pudieran verla. Estaba preciosa, con un vestido blanco, pero nada de cola ni de corona de oro. En cambio, llevaba unos magníficos zapatos rojos, de tafilete, mucho más hermosos, desde luego, que los que la viuda del zapatero había confeccionado para Karen. No hay en el mundo cosa que pueda compararse a unos zapatos rojos. Llegó la niña a la edad en que debía recibir la confirmación; le hicieron vestidos nuevos, y también habían de comprarle nuevos zapatos. El mejor zapatero de la ciudad tomó la medida de su lindo pie; en la tienda había grandes vitrinas con zapatos y botas preciosos y relucientes. Todos eran hermosísimos, pero la anciana señora, que apenas veía, no encontraba ningún placer en la elección. Había entre ellos un par de zapatos rojos, exactamente iguales a los de la princesa: ¡qué preciosos! Además, el zapatero dijo que los había confeccionado para la hija de un conde, pero luego no se habían adaptado a su pie.
– ¿Son de charol, no? – preguntó la señora -. ¡Cómo brillan!
– ¿Verdad que brillan? – dijo Karen; y como le sentaban bien, se los compraron; pero la anciana ignoraba que fuesen rojos, pues de haberlo sabido jamás habría permitido que la niña fuese a la confirmación con zapatos colorados. Pero fue. Todo el mundo le miraba los pies, y cuando, después de avanzar por la iglesia, llegó a la puerta del coro, le pareció como si hasta las antiguas estatuas de las sepulturas, las imágenes de los monjes y las religiosas, con sus cuellos tiesos y sus largos ropajes negros, clavaran los ojos en sus zapatos rojos; y sólo en ellos estuvo la niña pensando mientras el obispo, poniéndole la mano sobre la cabeza, le habló del santo bautismo, de su alianza con Dios y de que desde aquel momento debía ser una cristiana consciente. El órgano tocó solemnemente, resonaron las voces melodiosas de los niños, y cantó también el viejo maestro; pero Karen sólo pensaba en sus magníficos zapatos. Por la tarde se enteró la anciana señora – alguien se lo dijo – de que los zapatos eran colorados, y declaró que aquello era feo y contrario a la modestia; y dispuso que, en adelante, Karen debería llevar zapatos negros para ir a la iglesia, aunque fueran viejos. El siguiente domingo era de comunión. Karen miró sus zapatos negros, luego contempló los rojos, volvió a contemplarlos y, al fin, se los puso. Brillaba un sol magnífico. Karen y la señora anciana avanzaban por la acera del mercado de granos; había un poco de polvo. En la puerta de la iglesia se había apostado un viejo soldado con una muleta y una larguísima barba, más roja que blanca, mejor dicho, roja del todo. Se inclinó hasta el suelo y preguntó a la dama si quería que le limpiase los zapatos. Karen presentó también su piececito.
– ¡Caramba, qué preciosos zapatos de baile! – exclamó el hombre -. Ajustad bien cuando bailéis – y con la mano dio un golpe a la suela. La dama entregó una limosna al soldado y penetró en la iglesia con Karen. Todos los fieles miraban los zapatos rojos de la niña, y las imágenes también; y cuando ella, arrodillada ante el altar, llevó a sus labios el cáliz de oro, estaba pensando en sus zapatos colorados y le pareció como si nadaran en el cáliz; y se olvidó de cantar el salmo y de rezar el padrenuestro. Salieron los fieles de la iglesia, y la señora subió a su coche. Karen levantó el pie para subir a su vez, y el viejo soldado, que estaba junto al carruaje, exclamó: – ¡Vaya preciosos zapatos de baile! -. Y la niña no pudo resistir la tentación de marcar unos pasos de danza; y he aquí que no bien hubo empezado, sus piernas siguieron bailando por sí solas, como si los zapatos hubiesen adquirido algún poder sobre ellos. Bailando se fue hasta la esquina de la iglesia, sin ser capaz de evitarlo; el cochero tuvo que correr tras ella y llevarla en brazos al coche; pero los pies seguían bailando y pisaron fuertemente a la buena anciana. Por fin la niña se pudo descalzar, y las piernas se quedaron quietas. Al llegar a casa los zapatos fueron guardados en un armario; pero Karen no podía resistir la tentación de contemplarlos. Enfermó la señora, y dijeron que ya no se curaría. Hubo que atenderla y cuidarla, y nadie estaba más obligado a hacerlo que Karen. Pero en la ciudad daban un gran baile, y la muchacha había sido invitada. Miró a la señora, que estaba enferma de muerte, miró los zapatos rojos, se dijo que no cometía ningún pecado. Se los calzó – ¿qué había en ello de malo? – y luego se fue al baile y se puso a bailar. Pero cuando quería ir hacia la derecha, los zapatos la llevaban hacia la izquierda; y si quería dirigirse sala arriba, la obligaban a hacerlo sala abajo; y así se vio forzada a bajar las escaleras, seguir la calle y salir por la puerta de la ciudad, danzando sin reposo; y, sin poder detenerse, llegó al oscuro bosque. Vio brillar una luz entre los árboles y pensó que era la luna, pues parecía una cara; pero resultó ser el viejo soldado de la barba roja, que haciéndole un signo con la cabeza, le dijo:
– ¡Vaya hermosos zapatos de baile! Se asustó la muchacha y trató de quitarse los zapatos para tirarlos; pero estaban ajustadísimos, y, aun cuando consiguió arrancarse las medias, los zapatos no salieron; estaban soldados a los pies. Y hubo
de seguir bailando por campos y prados, bajo la lluvia y al sol, de noche y de día. ¡De noche, especialmente, era horrible! Bailando llegó hasta el cementerio, que estaba abierto; pero los muertos no bailaban, tenían otra cosa mejor que hacer. Quiso sentarse sobre la fosa de los pobres, donde crece el amargo helecho; mas no había para ella tranquilidad ni reposo, y cuando, sin dejar de bailar, penetró en la iglesia, vio en ella un ángel vestido de blanco, con unas alas que le llegaban desde los hombros a los pies. Su rostro tenía una expresión grave y severa, y en la mano sostenía una ancha y brillante espada.
– ¡Bailarás – le dijo -, bailarás en tus zapatos rojos hasta que estés lívida y fría, hasta que tu piel se contraiga sobre tus huesos! Irás bailando de puerta en puerta, y llamarás a las de las casas donde vivan niños vanidosos y presuntuosos, para que al oírte sientan miedo de ti. ¡Bailarás!
– ¡Misericordia! – suplicó Karen. Pero no pudo oír la respuesta del ángel, pues sus zapatos la arrastraron al exterior, siempre bailando a través de campos, caminos y senderos. Una mañana pasó bailando por delante de una puerta que conocía bien. En el interior resonaba un cantar de salmos, y sacaron un féretro cubierto de flores. Entonces supo que la anciana señora había muerto, y comprendió que todo el mundo la había abandonado y el ángel de Dios la condenaba. Y venga bailar, baila que te baila en la noche oscura. Los zapatos la llevaban por espinos y cenagales, y los pies le sangraban. Luego hubo de dirigirse, a través del erial, hasta una casita solitaria. Allí se enteró de que aquélla era la morada del verdugo, y, llamando con los nudillos, al cristal de la ventana dijo:
– ¡Sal, sal! ¡Yo no puedo entrar, tengo que seguir bailando! El verdugo le respondió:
– ¿Acaso no sabes quién soy? Yo corto la cabeza a los malvados, y cuido de que el hacha resuene.
– ¡No me cortes la cabeza – suplicó Karen -, pues no podría expiar mis pecados; pero córtame los pies, con los zapatos rojos! Reconocía su culpa, y el verdugo le cortó los pies con los zapatos, pero éstos siguieron bailando, con los piececitos dentro, y se alejaron campo a través y se perdieron en el bosque. El hombre le hizo unos zuecos y unas muletas, le enseñó el salmo que cantan los penitentes, y ella, después de besar la mano que había empuñado el hacha, emprendió el camino por el erial.
– Ya he sufrido bastante por los zapatos rojos – dijo -; ahora me voy a la iglesia para que todos me vean -. Y se dirigió al templo sin tardanza; pero al llegar a la puerta vio que los zapatos danzaban frente a ella, y, asustada, se volvió. Pasó toda la semana afligida y llorando amargas lágrimas; pero al llegar el domingo dijo:
– Ya he sufrido y luchado bastante; creo que ya soy tan buena como muchos de los que están vanagloriándose en la iglesia -. Y se encaminó nuevamente a ella; mas apenas llegaba a la puerta del cementerio, vio los zapatos rojos que continuaban bailando y, asustada, dio media vuelta y se arrepintió de todo corazón de su pecado. Dirigiéndose a casa del señor cura, rogó que la tomasen por criada, asegurando que sería muy diligente y haría cuanto pudiese; no pedía salario, sino sólo un cobijo y la compañía de personas virtuosas. La señora del pastor se compadeció de ella y la tomó a su servicio. Karen se portó con toda modestia y reflexión; al anochecer escuchaba atentamente al párroco cuando leía la Biblia en voz alta. Era cariñosa con todos los niños, pero cuando los oía hablar de adornos y ostentaciones y de que deseaban ser hermosos, meneaba la cabeza con un gesto de desaprobación. Al otro domingo fueron todos a la iglesia y le preguntaron si deseaba acompañarlos; pero ella, afligida, con lágrimas en los ojos, se limitó a mirar sus muletas. Los demás se dirigieron al templo a escuchar la palabra divina, mientras ella se retiraba a su cuartito, tan pequeño que no cabían en él más que la cama y una silla. Sentóse en él con el libro de cánticos, y, al absorberse piadosa en su lectura, el viento le trajo los sones del órgano de la iglesia. Levantó ella entonces el rostro y, entre lágrimas, dijo:
– ¡Dios mío, ayúdame! Y he aquí que el sol brilló con todo su esplendor, y Karen vio frente a ella el ángel vestido de blanco que encontrara aquella noche en la puerta de la iglesia; pero en vez de la flameante espada su mano sostenía ahora una magnífica rama cuajada de rosas. Tocó con ella el techo, que se abrió, y en el punto donde había tocado la rama brilló una estrella dorada; y luego tocó las paredes, que se ensancharon, y vio el órgano tocando y las antiguas estatuas de monjes y religiosas, y la comunidad sentada en las bien cuidadas sillas, cantando los himnos sagrados. Pues la iglesia había venido a la angosta habitación de la pobre muchacha, o tal vez ella había sido transportada a la iglesia. Encontróse sentada en su silla, junto a los miembros de la familia del pastor, y cuando, terminado el salmo, la vieron, la saludaron con un gesto de la cabeza, diciendo:
– Hiciste bien en venir, Karen -. Fue la misericordia de Dios – dijo ella. Y resonó el órgano, y, con él, el coro de voces infantiles, dulces y melodiosas. El sol enviaba sus brillantes rayos a través de la ventana, dirigiéndolos precisamente a la silla donde se sentaba Karen. El corazón de la muchacha quedó tan rebosante de luz, de paz y de alegría, que estalló. Su alma voló a Dios Nuestro Señor, y allí nadie le preguntó ya por los zapatos rojos.

Antecedentes
Interpretaciones
Lengua
„Los zapatos rojos“ es un cuento de hadas escrito por Hans Christian Andersen que explora temas como la vanidad, el arrepentimiento y la redención. La historia sigue a Karen, una niña pobre que recibe un par de zapatos rojos el día del funeral de su madre. Estos zapatos, aunque inapropiados para la ocasión, se convierten en un símbolo de su deseo de belleza y aceptación.
Un día, una anciana adinerada se ofrece a cuidar de Karen, y la niña pasa a vivir con ella. Pese a recibir una educación y nuevos vestidos, Karen sigue obsesionada con la idea de tener unos zapatos rojos similares a los de una princesa que vio una vez. Su deseo se materializa cuando logra que le compren un par de zapatos rojos para su confirmación, a pesar de que su uso es considerado inapropiado para la iglesia.
El cuento toma un giro oscuro cuando los zapatos parecen cobrar vida propia, obligando a Karen a bailar sin descanso. Atrapada por el hechizo de los zapatos, Karen descuida sus responsabilidades y se aleja de todo lo que importa verdaderamente, incluso durante el lecho de muerte de la anciana que la cuidó. Finalmente, Karen busca liberarse del tormento recurriendo al verdugo, quien le corta los pies para quitarle los zapatos. Aun así, los zapatos con los pies aún dentro continúan bailando.
Desolada y arrepentida, Karen busca redimirse trabajando humildemente y alejándose de toda vanidad. Al final, a través del arrepentimiento y la oración, encuentra la paz espiritual y el perdón divino. El ángel que una vez la condenó, ahora la lleva simbólicamente a la iglesia en donde experimenta un momento de redención y comunión con Dios, falleciendo en paz y encontrando finalmente la redención.
El cuento utiliza elementos mágicos para ilustrar las consecuencias de sucumbir a la vanidad y las distracciones mundanas, y transmite un mensaje sobre la importancia de la humildad, el arrepentimiento verdadero y el poder transformador del perdón y la gracia divina.
„Los zapatos rojos“ de Hans Christian Andersen es un cuento de hadas lleno de simbolismo que trata sobre la vanidad, las consecuencias de las malas decisiones y la búsqueda de la redención.
Crítica a la Vanidad y Orgullo: Karen se deja llevar por la vanidad y el deseo de poseer los zapatos rojos, a pesar de las advertencias de su tutora y la desaprobación social. Estos zapatos representan la seducción del materialismo y el descuido de los valores espirituales y morales.
Consecuencias de la Desobediencia: La obsesión de Karen con los zapatos culmina en su incapacidad para controlar su propio cuerpo. Este desenfreno simboliza cómo las malas decisiones basadas en deseos superficiales pueden dominar y destruir nuestras vidas.
Elementos de Castigo y Redención: El ángel y el destino de Karen de bailar sin descanso son figuras de castigo casi divinas, recompensando sólo cuando ella acepta la responsabilidad de sus acciones. Su eventual redención se logra mediante la humildad, el trabajo duro y la búsqueda de la verdadera piedad.
Religión y Moralidad: A lo largo del cuento, hay una presencia constante de juicios morales ligados a la religión. La historia refleja las tensiones entre el deseo personal y las enseñanzas religiosas, ilustrando la lucha interna del individuo para alinearse con valores espirituales éticos.
Simbología de los Zapatos Rojos: Tradicionalmente, los zapatos rojos pueden simbolizar el deseo, la tentación y el pecado; su color vivo contrasta con la idea de la modestia y el luto, señalando una ruptura con las normas sociales y espirituales.
Transformación Personal: Al perder sus pies, Karen simboliza la renuncia a sus impulsos vanidosos. Su transformación se completa cuando es recibida en el cielo, sugiriendo que la verdadera belleza y el perdón están en el espíritu, no en las apariencias externas.
El cuento es tanto una fábula moral como una reflexión sobre los peligros de desear lo que no es esencial. Al final, transmite un mensaje acerca de la verdadera belleza y la paz interior que viene de vivir una vida modesta y espiritual.
El análisis lingüístico del cuento „Los zapatos rojos“ por Hans Christian Andersen implica una revisión de varios elementos del texto, tales como el lenguaje, el estilo, los símbolos y las temáticas subyacentes. Aquí se detallan algunos aspectos relevantes:
Lenguaje y Estilo:
Narrador: La historia es narrada en tercera persona a través de un narrador omnisciente. Este estilo de narración permite al lector comprender no solo las acciones de los personajes, sino también sus pensamientos y emociones.
Tono: El tono del relato es al mismo tiempo didáctico y moralista. A través de un lenguaje sencillo y directo, se transmite una lección moral al lector.
Descripciones: Andersen utiliza descripciones vívidas para enriquecer el ambiente del cuento. Estas descripciones no solo están dirigidas a lo visual, sino también apelan a las emociones del lector (e.g., la compasión por la pobreza de Karen).
Símbolos:
Zapatos rojos: El símbolo central del cuento. Representan el deseo, la vanidad, y la tentación. En la historia, los zapatos son el objeto que desencadena la desgracia de Karen, actuando como una metáfora de los peligros de sucumbir a las tentaciones vanidosas.
La danza involuntaria: Simboliza cómo las malas elecciones y la falta de autocontrol pueden llevar a una pérdida del libre albedrío.
El ángel: Representa el juicio y la misericordia, introduciendo el elemento del arrepentimiento y la posibilidad de redención.
Temas:
Vanidad y Orgullo: La historia destaca las consecuencias destructivas de la vanidad y el orgullo. Karen pone su deseo de belleza por encima de su responsabilidad moral, lo cual lleva a su sufrimiento.
Arrepentimiento y Redención: El relato aborda la idea cristiana de expiación de los pecados a través del sufrimiento y el arrepentimiento sinceros.
Moralidad Religiosa: La historia está teñida de un fuerte mensaje moral vinculado a la doctrina cristiana, que promueve la humildad, la modestia y el rechazo de las tentaciones mundanas.
Contexto cultural y social: La historia refleja valores del siglo XIX, en particular aquellos relacionados con la moralidad victoriana y el cristianismo luterano. El texto subraya que la belleza física no debería ser priorizada sobre la belleza interior y la bondad moral.
Estructura narrativa: La narrativa sigue una estructura tradicional de cuento de hadas con una protagonista joven, un conflicto desencadenado por un objeto mágico, y un desenlace moralizante. El desarrollo de la trama está marcado por un ciclo de deseo, error, castigo y, finalmente, redención.
A través de estos elementos, „Los zapatos rojos“ enseña una lección sobre la importancia de la humildad y las peligrosas consecuencias de la vanidad, reforzando valores morales y espirituales que resuenan tanto en su época como hoy en día.
Información para el análisis científico
Indicador | Valor |
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Traducciones | DE, EN, DA, ES, IT, NL |
Índice de legibilidad de Björnsson | 40.8 |
Flesch-Reading-Ease Índice | 26.1 |
Flesch–Kincaid Grade-Level | 12 |
Gunning Fog Índice | 18.2 |
Coleman–Liau Índice | 10.2 |
SMOG Índice | 12 |
Índice de legibilidad automatizado | 8.7 |
Número de Caracteres | 12.016 |
Número de Letras | 9.437 |
Número de Frases | 115 |
Número de Palabras | 2.137 |
Promedio de Palabras por oración | 18,58 |
Palabras con más de 6 letras | 474 |
Porcentaje de palabras largas | 22.2% |
Número de Sílabas | 4.088 |
Promedio de Sílabas por Palabra | 1,91 |
Palabras con tres Sílabas | 577 |
Porcentaje de palabras con tres sílabas | 27% |